En la era digital, ni siquiera el Vaticano está exento de los riesgos del ciberespacio. A pesar de su imagen milenaria y tradicional, la Santa Sede ha tenido que adaptarse rápidamente a los nuevos desafíos tecnológicos. En este contexto surge una iniciativa tan curiosa como efectiva: un grupo de voluntarios —expertos en ciberseguridad— que se encargan de proteger al Vaticano de los ciberataques. A este singular equipo se le conoce ya como los ‘hackers de la guarda’.
Lejos de la imagen hollywoodense del hacker encapuchado, este equipo está compuesto por especialistas en ciberseguridad, ingenieros, analistas forenses y entusiastas tecnológicos de distintos países. Todos tienen algo en común: son voluntarios católicos con alta formación técnica que quieren poner sus conocimientos al servicio del Vaticano.
El grupo opera bajo una lógica de colaboración no remunerada, ofreciendo su tiempo y experiencia para fortalecer las defensas cibernéticas de una de las instituciones más simbólicas del mundo. Algunos de estos voluntarios trabajan en grandes tecnológicas o en centros de ciberinteligencia, y participan en auditorías, pruebas de penetración, análisis de amenazas y respuesta ante incidentes.
En los últimos años, la Santa Sede ha sido objetivo de varios ciberataques. En 2020, se descubrió una campaña de ciberespionaje dirigida a la Secretaría de Estado, presuntamente vinculada a actores chinos. También han sido comprometidos correos electrónicos, redes internas y sitios web relacionados con el Papa y distintas diócesis.
El Vaticano gestiona información altamente sensible, desde comunicaciones diplomáticas hasta datos sobre finanzas, investigaciones eclesiásticas y procesos canónicos. Proteger estos activos digitales es crucial no solo por razones de confidencialidad, sino también por el riesgo geopolítico que implica su exposición.
Aunque se mantiene en gran medida en reserva, se sabe que el Vaticano cuenta con su propio equipo de TI y medidas de ciberseguridad internas. Sin embargo, este cuerpo voluntario complementa y refuerza su labor, especialmente en tareas donde la visión externa o la experiencia en amenazas globales es esencial.
El equipo de voluntarios actúa como una especie de “muro digital de fe y técnica”, ejecutando pruebas periódicas a infraestructuras críticas, ofreciendo recomendaciones de hardening, configuraciones seguras y monitoreo de amenazas en la dark web.
Muchos de los integrantes del grupo consideran su labor como una forma moderna de apostolado digital, combinando su vocación religiosa con el talento técnico. En un mundo donde la fe también se transmite por medios digitales —desde transmisiones del Ángelus hasta documentos doctrinales en línea—, garantizar la seguridad de estas plataformas es una prioridad.
Además, esta red de profesionales busca generar conciencia sobre la ciberseguridad dentro de la Iglesia, promoviendo buenas prácticas, protocolos seguros y formación básica para personal eclesiástico.
Este modelo de colaboración altruista y técnica no es común. Mientras que muchas organizaciones dependen exclusivamente de proveedores comerciales de seguridad, el Vaticano está demostrando que es posible crear ecosistemas de defensa digital basados en comunidad, valores y experiencia.
La existencia de los “hackers de la guarda” pone de manifiesto que la ciberseguridad no solo es un asunto técnico, sino también ético y espiritual para algunas personas. Y quizá, en este equilibrio entre fe y firewall, se encuentra una nueva forma de proteger lo sagrado en el siglo XXI.